Pero solamente cuando las dificultades y los sufrimientos de
nuestros hermanos nos interpelan, solo entonces, podemos iniciar nuestro camino
de conversión hacia la Pascua”. Y para recorrer ese camino espiritual hacen falta tres cosas: oración,
ayuno y limosna. Los tres llevan aparejada “la necesidad de no dejarse
dominar por la apariencia de las cosas... porque lo que cuenta es nuestro
interior”.
La oración es “la fuerza del cristiano y de todo creyente. En la
debilidad y la fragilidad de nuestra vida, podemos dirigirnos a Dios con
confianza de hijos y entrar en comunión con El”. Y la Cuaresma es tiempo de oración, “de una oración
más intensa y prolongada...más capaz de hacerse cargo de las necesidades de los
hermanos; oración de intercesión para interceder ante Dios por tantas
situaciones de pobreza y sufrimiento”.
El ayuno
“tiene sentido si realmente hace que nuestra seguridad vacile y también si de
él se deriva un beneficio para los demás, si nos ayuda a cultivar el estilo del
Buen Samaritano que se inclina sobre su hermano en apuros y cuida de él. El
ayuno comporta la elección de una vida sobria... de una vida que no derrocha,
que no desecha. Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón en la esencialidad y la
compartición”.
La limosna
“indica la gratuidad porque se da a alguien de quien no esperamos recibir nada
a cambio. La gratuidad tendría que ser una de las características del cristiano
que, consciente de haber recibido todo de Dios gratuitamente -es decir sin
mérito alguno- aprende a dar a los demás gratuitamente...La limosna nos ayuda
vivir la gratuidad del don que significa liberta de la obsesión de la posesión,
del miedo de perder lo que se da”.
PAPA FRANCISCO.-