Para que se cumpla lo anunciado por el profeta Isaías:
Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones.
No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas.
No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia;
y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.
AMOR
DIVINO
Dios no
podía vivir con los hombres si no era tomando una manera humana de pensar y de
actuar. Por eso, escondida en la humildad, ha velado el esplendor de su
majestad, que la debilidad humana no hubiera podido soportar. Todo ello no era
digno de él, pero era necesario al hombre, y, de golpe, se hizo digno de Dios,
porque nada es tan digno de Dios como la salvación del hombre…
El
cristianismo surge desde una decisión de Dios. Dios ama, y crea. Ama, y acepta
los riesgos de la libertad. Ama, y busca cómo redimir.
El Amor lleva a caminar
hacia el hombre débil, enfermo, confundido, pecador. Busca cómo iluminar su
mente, cómo curar su corazón, cómo librarlo del mal.
Ese mismo Amor impulsa a
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a la aventura más grande y más sorprendente:
la Encarnación del Hijo, desde la Voluntad del Padre y bajo la acción del
Espíritu Santo.
Todo
lo que Dios pierde, el hombre lo gana, de manera que todas la humillaciones que
mi Dios ha sufrido para estar cerca de nosotros, son sacramento de salvación de
los hombres. Dios actuó así con los hombres para que el hombre aprenda a actuar
según el plan divino. Dios trató al hombre de igual a igual, para que el hombre
pueda tratar con Dios de igual a igual. Dios se ha hecho pequeño a fin de que
el hombre llegue a ser grande.