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martes, 20 de agosto de 2019

AMA A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO

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“El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas.  El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar. Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido.”
1 Jn 2, 9-11

jueves, 20 de junio de 2019

Para saber un poco... ¿Creían realmente en la eucaristía los primeros cristianos?

Desde el principio, la Eucaristía ha tenido un papel central en la vida de los cristianos. Maravilla ver la fe y el cariño con el que tratan a Jesús en el Pan eucarístico.


Tienen una fe inquebrantable en que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo
En varios textos de los siglos I y II, vemos cómo va evolucionando y construyéndose la liturgia de la Iglesia. Emociona comprobar cómo seguimos celebrando la misma Misa que se celebraba en el siglo I: lo podemos ver en la descripción del Santo Sacrificio que San Justino, en el año 155, hace al emperador Antonino Pío; o en la “Traditio Apostólica” de San Hipólito de comienzos del siglo III.
Los textos que exponemos a continuación son una prueba de que ya desde los primeros tiempos del cristianismo (siglo I), en la Iglesia primitiva existía una fe muy clara en la presencia de Jesucristo en el Pan y en el Vino“eucaristizados”.

El testimonio de los Padres de la Iglesia

1. San Ignacio de Antioquía (110 d.C.)

En lo referente a la Eucaristía San Ignacio se presenta siempre muy claro y tajante. Llama a la Eucaristía “medicina de inmortalidad” y categóricamente expresa: “La Eucaristía es la carne e nuestro Salvador Jesucristo”.
Condena vigorosamente a los docetas que afirmaban que Jesús no había tenido cuerpo verdadero sino solo aparente, y por este error, comenta San Ignacio, no querían tomar parte de la eucaristía y morían espiritualmente por apartarse del don de Dios.
“Esforzaos, por lo tanto, por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo y uno sólo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar, como un solo obispo junto con el presbítero y con los diáconos consiervos míos; a fin de que cuanto hagáis, todo hagáis según Dios”

2. La Didaché o doctrina de los doce apóstoles (60-160 d.C)

La Didaché es muy tajante al afirmar que no todos pueden participar en la Eucaristía, ya que no se puede “dar lo santo a los perros”. Antes de participar exige confesar los pecados para que el sacrificio sea puro.
Es un testimonio claro también de que la Iglesia primitiva ya reconocía en la Eucaristía el sacrificio sin mancha y perfecto presentado al Padre en Malaquías 1,11: “Pues desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice Yahveh Sebaot”.

3. San Justino (165 d.C)

Mártir de la fe cristiana hacia el año 165 (decapitado), es considerado el mayor apologeta del Siglo II. San Justino mantiene el testimonio unánime de la Iglesia al confesar que la Eucaristía no es un alimento como tantos, sino que es “carne y sangre de aquel Jesús hecho carne”.
San Justino con toda claridad excluye la permanencia del pan junto con la carne del Señor rechazando la consubstanciación mantenida por los luteranos.
Lo confirma el empleo que inventa San Justino para la palabra “dar gracias”: hasta él había tenido sentido intransitivo; él la usa en pasiva: “alimento eucaristizado”, que al pie de la letra traduciríamos: “alimento hecho acción de gracias”.
Esta pasiva tan dura inventada por San Justino, unida al cambio de construcción que acabamos de señalar, acentúa la nota de un cambio obrado en el alimento ordinario en virtud del cual el pan es ahora carne de Cristo.

4. San Ireneo (130d.C – 202 d.C)

En la teología presentada por San Ireneo la certeza de que el pan y vino consagrados son cuerpo y sangre de Cristo es diáfana, y explícitamente afirma que “el cáliz es su propia Sangre” (la de Cristo) y “el pan ya no es pan ordinario sino Eucaristía constituida por dos elementos terreno y celestial”. 

5. San Hipólito (mártir en el 235 d.C.)

Se desconoce el lugar y fecha de su nacimiento, aunque se sabe fue discípulo de San Ireneo de Lyon. San Hipólito es tajante en afirmar que se evite con diligencia que el infiel coma de la Eucaristía, ya que “es el cuerpo de Cristo del cual todos los fieles se alimentan y no debe ser despreciado”.

6. Orígenes (185d.C – 254 d.C)

Con respecto a la Eucaristía los escritos de Orígenes van en la misma línea que el resto de los padres. Afirma que “así como el maná era alimento en enigma, ahora claramente la carne del Verbo de Dios es verdadero alimento, como Él mismo dice:Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”.
En todos estos casos, Orígenes se refiere al “verdadero alimento” no como pan, sino como “la carne del Verbo de Dios”.
Afirma también que recibir el cuerpo indignamente ocasiona ruina para sí mismos y se refiere a la celebración eucarística como “la mesa del cuerpo de Cristo y del cáliz mismo de su sangre”.

7. Firmiliano, Obispo de Cesarea (268 d.C)

Por lo demás, cuán gran delito es el de quienes son admitidos o el de quienes admiten a tocar el cuerpo y sangre del Señor, no habiendo lavado sus manchas por el bautismo de la Iglesia ni habiendo depuesto sus pecados, habiendo usurpado temerariamente la comunión, siendo así que está escrito: Quien quiera que comiera el pan o bebiera el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor.

8. San Atanasio, Obispo de Alejandría (295-373 d.C)

“Verás a los ministros que llevan pan y una copa de vino, y lo ponen sobre la mesa; y mientras no se han hecho las invocaciones y súplicas, no hay más que puro pan y bebida. Pero cuando se han acabado aquellas extraordinarias y maravillosas oraciones, entonces el pan se convierte en el Cuerpo y el cáliz en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo… Consideremos el momento culminante de estos misterios: este pan y este cáliz, mientras no se han hecho las oraciones y súplicas, son puro pan y bebida; pero así que se han proferido aquellas extraordinarias plegarias y aquellas santas súplicas, el mismo Verbo baja hasta el pan y el cáliz, que se convierten en su cuerpo”. (SAN ATANASIO, Sermón a los bautizados, 25)

9. San Cirilo de Jerusalén (313-387 d.C)

“Sabiendo que Jesucristo asegura, hablando del pan, que aquello es su cuerpo, ¿quién se atreverá a poner en duda esta verdad? E igualmente dijo después, esta es mi sangre, ¿quién puede dudar o decir que no lo es? En otro tiempo había convertido el agua en vino en Caná de Galilea con sola su voluntad, ¿y no le tendremos por digno de ser creído sobre su palabra, cuando convirtió el vino en su sangre? Si convidado a las bodas humanas y terrenas hizo en ellas un milagro tan pasmoso, ¿no debemos reconocer que aquí dio a los hijos del Esposo a comer su cuerpo y beber su sangre?” (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis Mistagógica, 4, 7).
Son especialmente expresivas las palabras de San Cirilo, obispo de Jerusalén a partir del 348, que para manifestar nuestra unión tan plena con Cristo en la Eucaristía dice que nos hacemos una misma cosa con Él…
“Para que cuando tomes el cuerpo y la sangre de Cristo, te hagas “concorpóreo” y “consanguíneo” suyo (un mismo cuerpo y sangre con Él); y así, al distribuirse en nuestros miembros su Cuerpo y su Sangre, nos convertimos en portadores de Cristo (Cristóforos). De está manera -según la expresión de San Pedro- también nos hacemos partícipes de la naturaleza divina”. (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis Mistagógica, 4, 3).
“Adoctrinados y llenos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo”. (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis sobre los misterios>, 22, 1).
Este es un pequeño resumen de lo que la Iglesia enseñó durante los primeros cuatro siglos,en el que se ve cómo los primeros cristianos -desde el principio- tenían una fe firme en la presencia de Cristo en la Eucarístía.

Extraido de : Misioneros Digitales Católicos MDC

lunes, 22 de abril de 2019

Señor toca nuestros corazones!!!

Señor toca nuestros corazones y nuestra mirada para que aprendamos a abrirnos a todos, para que podamos llegar a todos. 

Espíritu Santo, todo mi ser está hecho para el encuentro con los hermanos.
Has puesto dentro de mí el llamado a caminar con los demás. Por eso estoy aquí, en tu presencia, para pedirte que alimentes mi sentido comunitario.
Quiero aprender a trabajar con los demás.
Quiero evangelizar en unión con toda la Iglesia que camina.
Enséñame, Espíritu Santo, a buscar caminos de diálogo y de unidad con los demás cristianos que luchan por tu Reino.
Que nuestra santidad sea comprometida y comunitaria, y no busquemos salvarnos solos.
Tampoco permitas que nos encerremos en pequeños grupos que se sienten superiores.Toca nuestros corazones y nuestra mirada para que aprendamos a abrirnos a todos, para que podamos llegar a todos.
Y danos la sensibilidad del amor para adaptarnos a lo que ellos viven, a sus inquietudes y necesidades.
Así caminaremos con ellos para extender juntos el Reino de Dios.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
Mons. Victor Manuel Fernández | abril 22, 2019 

domingo, 27 de enero de 2019

La señal de la cruz...

Durante las Eucaristías
realizamos la señal de la cruz sobre nosotros en tres momentos:

  1. Al comienzo de la celebración: nos santiguamos,
    es decir, hacemos una gran cruz desde la frente al pecho y desde el hombro
    izquierdo al derecho cuando el celebrante dice: “En el nombre del Padre (tocar la frente), del Hijo (tocar el pecho) y del
    Espíritu
     (tocar el hombro izquierdo) Santo
    (tocar el hombro derecho)”.
  2. Antes de la lectura del Evangelio: nos signamos,
    realizamos una triple cruz pequeña en la frente, en la boca y el pecho, al oír
    las palabras: “Lectura del Santo
    Evangelio
    ...”. El sacerdote o diácono que va a proclamar la Palabra también
    hace la señal de la cruz sobre el Evangelio y después se signa él. 
  3. Al finalizar la celebración, cuando el celebrante nos da la bendición, inclinamos
    suavemente la cabeza y nos santiguamos de nuevo, como al comienzo (también hay
    que inclinarse para recibir la bendición cuando el obispo la da con el evangeliario, libro que contiene
    únicamente las lecturas de los 4 Evangelios, en los días solemnes tras su
    lectura por un diácono o sacerdote concelebrante)
El signarnos antes de la escucha
del Evangelio es una fuerte llamada que la Iglesia nos quiere hacer para
subrayar la gran importancia que se le debe dar. “Somos llamados a ser un
“Evangelio ilustrado”, “el quinto Evangelio”, no escrito con tinta, sino con
nuestra propia vida. Acojamos con la mente, anunciemos con los labios,
conservemos en el corazón, el tesoro de la Palabra y, a lo largo de este
camino, confiémonos al Señor para ser reflejo de la verdadera luz en medio de
las tinieblas del mundo de hoy
” (Padre
Antonio, monje en el Monasterio de San Benito de Monte Subiaco - Italia)
Es un acto hermoso con profundas
raíces bíblicas. Por ejemplo, Dios explica al pueblo de Israel que recite una
frase particular (“Escucha, Israel…”)
de forma diaria, pero también que pongan esa frase “como una marca sobre tu frente” (Deuteronomio 6, 4ss). En segundo
lugar, la oración evoca a cuando el profeta Isaías recibió una visión en la que
un ángel purificó sus labios con carbón ardiendo (cfr. Isaías 6). Por último,
la oración hace referencia a las palabras de la Carta a los hebreos, donde
el autor escribe: “La Palabra de Dios es
viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra
hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón
” (Hebreos 4,12).
Por tanto, cuando hacemos este
gesto en Misa, es verdaderamente una oración profunda que nos abre a las
palabras de Jesucristo. Cada vez que escuchamos el Evangelio, Jesús llama a las
puertas de nuestro corazón, esperando a poder entrar.
Solamente tenemos que abrirle la
puerta y permitir que su Palabra, llena de Amor por nosotros, transforme nuestra
mente para tener los pensamientos de
Cristo y mirar a los demás con su misma mirada;
que llene nuestros labios de Espíritu Santo, para que
siempre digamos palabras llenas de amor, ternura y consuelo, nunca de juicio y
maldad, y para que proclamemos al mundo entero las maravillas de Dios;
y que su mismo Corazón se haga carne en el nuestro,
para que tengamos sus mismos sentimientos, que amemos como Él nos ama y ama a
todos, que seamos otros Jesús en este mundo y construyamos, junto con Él, su
Reino de Amor.
De:

 Misioneros Digitales Católicos MDC

Elena Fernández Andrés | enero 24, 2019