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domingo, 27 de enero de 2019

La señal de la cruz...

Durante las Eucaristías
realizamos la señal de la cruz sobre nosotros en tres momentos:

  1. Al comienzo de la celebración: nos santiguamos,
    es decir, hacemos una gran cruz desde la frente al pecho y desde el hombro
    izquierdo al derecho cuando el celebrante dice: “En el nombre del Padre (tocar la frente), del Hijo (tocar el pecho) y del
    Espíritu
     (tocar el hombro izquierdo) Santo
    (tocar el hombro derecho)”.
  2. Antes de la lectura del Evangelio: nos signamos,
    realizamos una triple cruz pequeña en la frente, en la boca y el pecho, al oír
    las palabras: “Lectura del Santo
    Evangelio
    ...”. El sacerdote o diácono que va a proclamar la Palabra también
    hace la señal de la cruz sobre el Evangelio y después se signa él. 
  3. Al finalizar la celebración, cuando el celebrante nos da la bendición, inclinamos
    suavemente la cabeza y nos santiguamos de nuevo, como al comienzo (también hay
    que inclinarse para recibir la bendición cuando el obispo la da con el evangeliario, libro que contiene
    únicamente las lecturas de los 4 Evangelios, en los días solemnes tras su
    lectura por un diácono o sacerdote concelebrante)
El signarnos antes de la escucha
del Evangelio es una fuerte llamada que la Iglesia nos quiere hacer para
subrayar la gran importancia que se le debe dar. “Somos llamados a ser un
“Evangelio ilustrado”, “el quinto Evangelio”, no escrito con tinta, sino con
nuestra propia vida. Acojamos con la mente, anunciemos con los labios,
conservemos en el corazón, el tesoro de la Palabra y, a lo largo de este
camino, confiémonos al Señor para ser reflejo de la verdadera luz en medio de
las tinieblas del mundo de hoy
” (Padre
Antonio, monje en el Monasterio de San Benito de Monte Subiaco - Italia)
Es un acto hermoso con profundas
raíces bíblicas. Por ejemplo, Dios explica al pueblo de Israel que recite una
frase particular (“Escucha, Israel…”)
de forma diaria, pero también que pongan esa frase “como una marca sobre tu frente” (Deuteronomio 6, 4ss). En segundo
lugar, la oración evoca a cuando el profeta Isaías recibió una visión en la que
un ángel purificó sus labios con carbón ardiendo (cfr. Isaías 6). Por último,
la oración hace referencia a las palabras de la Carta a los hebreos, donde
el autor escribe: “La Palabra de Dios es
viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra
hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón
” (Hebreos 4,12).
Por tanto, cuando hacemos este
gesto en Misa, es verdaderamente una oración profunda que nos abre a las
palabras de Jesucristo. Cada vez que escuchamos el Evangelio, Jesús llama a las
puertas de nuestro corazón, esperando a poder entrar.
Solamente tenemos que abrirle la
puerta y permitir que su Palabra, llena de Amor por nosotros, transforme nuestra
mente para tener los pensamientos de
Cristo y mirar a los demás con su misma mirada;
que llene nuestros labios de Espíritu Santo, para que
siempre digamos palabras llenas de amor, ternura y consuelo, nunca de juicio y
maldad, y para que proclamemos al mundo entero las maravillas de Dios;
y que su mismo Corazón se haga carne en el nuestro,
para que tengamos sus mismos sentimientos, que amemos como Él nos ama y ama a
todos, que seamos otros Jesús en este mundo y construyamos, junto con Él, su
Reino de Amor.
De:

 Misioneros Digitales Católicos MDC

Elena Fernández Andrés | enero 24, 2019