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sábado, 20 de agosto de 2022

Nuestra actitud ante Dios...La Reverencia

 


La reverencia ante Dios radica, por una parte, en nuestra condición y limitación de criaturas, que se encuentran a sí mismas frente a un Dios a quien no pueden captar con sus sentidos. Nuestra evidente limitación se ve confrontada a la infinitud de Dios; nuestra naturaleza de criaturas, al Creador; nuestra ignorancia, a la omnisapiencia de Dios; nuestra pecaminosidad, a Aquel en quien no hay mancha ni pecado.

Ante esta realidad, pueden surgir diversas reacciones: 
Se puede simplemente evadirla y no percibirla, pasarla por alto y, en consecuencia, no dar la respuesta adecuada que esta realidad nos exige. Incluso se puede llegar a luchar contra esta verdad, porque nos recuerda nuestra limitación y se opone a nuestro orgullo.

La reverencia, consiste en reconocer plenamente y con libre voluntad la Majestad de Dios, llevando al hombre, a estar atento a todo aquello que procede de Dios.
La reverencia frente a Dios está íntimamente ligada a la dignidad de la persona. De hecho, la inclinación reverente ante Él no se produce por miedo, sino que es la respuesta digna de la criatura amada por el Señor. 
Dios no quiere falsas reverencias, que distorsionen su verdadera imagen y hagan surgir una idea equivocada de Él, quitándole al hombre su libertad.

 La verdadera reverencia ennoblece a la persona, saca a la luz su trascendencia y le hace entonar con toda libertad el cántico de la Creación llamada por Dios a la existencia.

 La falsa reverencia, en cambio, suscita desarmonías y falta de libertad, e incluso puede llevar fácilmente a la rebeldía y a la desconfianza.
 Si, por el contrario, pensamos en las actitudes irreverentes en los recintos sacros, podremos notar inmediatamente la diferencia...

 Mientras que la reverencia recoge y abre el corazón, la irreverencia lo dispersa y lo cierra.

 La reverencia se convierte así en una actitud básica en nosotros e incluso nos enseña a tratarnos a nosotros mismos con la reverencia que nos corresponde, en cuanto que hemos sido creados según la imagen de Dios. 
Nos enseñará a estar atentos, a ser cuidadosos, a hacer a un lado lo tosco en nosotros y, siempre que estemos en peligro de descuidarnos, nos recordará nuestra dignidad.

Entonces ya no querremos perder esta actitud, puesto que ella genera una verdadera nobleza interior, nos introduce cada vez más en la realidad plena de nuestra existencia y nos conduce con dignidad hasta donde sale a nuestro encuentro el inmenso amor de Dios, para que podamos experimentar llenos de gozo cómo este Dios tan imponente y majestuoso nos acoge en sus brazos y nos colma de verdadera alegría.

(Extraído de la meditación 20/8/22, del hermano Elias)