DECÍA EL PAPA FRANCISCO EN LA CLAUSURA DE LA III ASAMBLEA GENERAL DEL SÍNODO DE OBISPOS. (octubre 2014)
Esta es la Iglesia, la viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra atenta, que no tiene miedo de arremangarse para derramar el óleo y el vino sobre las heridas de los hombres (cf. Lc 10, 25-37); que no mira a la humanidad desde un castillo de cristal para juzgar o clasificar a las personas.
Esta es la Iglesia una, santa, católica, apostólica y formada por pecadores, necesitados de su misericordia.
Esta es la Iglesia, la verdadera esposa de Cristo, que trata de ser fiel a su Esposo y a su doctrina.
Es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos (cf. Lc 15).
La Iglesia que tiene las puertas abiertas de par en par para recibir a los necesitados, a los arrepentidos y no sólo a los justos o a aquellos que creen ser perfectos.
La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y no finge de no verlo, es más, se siente implicada y casi obligada a levantarlo y animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo, con su Esposo, en la Jerusalén celestial.
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