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domingo, 26 de noviembre de 2023

CRISTO REINA


 CRISTO REY

Hagamos presente el Reino de Dios con nuestro amor. Dejemos que Jesús nos enamore otra vez en este día, para que no pasemos de largo cuando lo veamos sufrir en los otros…

Él nos evaluará solo por el amor que dimos, por si nos hicimos cargo o no del sufrimiento ajeno...

Copiemos a quien decía… «Nosotros, los que estamos en una posición desahogada, miremos a los que se ahogan en su posición» ... 

 

(Extraído de la Solemnidad de Cristo Rey, por P. Rodrigo Aguilar)


miércoles, 15 de noviembre de 2023

LA SEGUNDA VENIDA...

 


¡Esperemos y recibamos al Señor!

El verdadero Cristo, el Hijo único de Dios, no volverá más sobre la tierra. Si alguien viene en los desiertos, como una aparición, no salgas a verlo. “Si alguien les dice entonces: "El Mesías está aquí o está allí", no lo crean” (Mc 13,21). No mires más hacia abajo, hacia la tierra. Ya que el Maestro descenderá desde los cielos. No solo como antes, sino con una numerosa compañía, escoltado con miríadas de ángeles. No como la secreta lluvia sobre el vellón, sino como el relámpago que brilla con esplendor. Dice “Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la Venida del Hijo del hombre” (Mt 24,27). Y también “Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de gloria… Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta, congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mt 24,30.31). (…)

Esperemos y recibamos al Señor que viene desde el cielo, sobre las nubes. Entonces sonarán las trompetas angelicales. Los que descansan en Cristo resucitarán primero. Entre los vivos, los que practican la piedad serán elevados en las nubes y recibirán el premio por sus pruebas, un homenaje más que humano porque han soportado combates sobrehumanos. Así lo escribe el apóstol Pablo: “Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, serenos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (1 Tes 4,16.17).

 (San Cirilo de Jerusalén - 313-350)


viernes, 3 de noviembre de 2023

NUESTROS DIFUNTOS...

 



LA MEMORIA DE LOS DIFUNTOS             (Por GIANCARLO PANI)

Ante tal desolación, el hombre está llamado a interrogarse sobre el sentido de la vida y, al mismo tiempo, sobre el sentido del fin. El creyente, aunque iluminado por la esperanza de la resurrección, no sabe nada de lo que le espera una vez que cruce el umbral del más allá. Sólo le sostiene una certeza, expresada con gran eficacia por Juan de la Cruz:

«Lo que sucederá al otro lado cuando para mí todo se vuelva hacia la eternidad, no lo sé.

Creo; sólo creo que me espera un Amor.

Sólo sé que entonces, pobre y desahogado, tendré que hacer balance de mi vida. Pero no desespero, porque creo, realmente creo que me espera un Amor».

La fe en este Amor no puede dejar de orientar nuestra vida al amor, al seguimiento de Jesús, que vivió en el amor y por amor afrontó la muerte.

Para entrar en la vida que el Señor nos da, debemos pasar por el «morir»: como Él y con Él.

Jesús comparte la misma suerte que nosotros y muere como nosotros, aunque su muerte es distinta: para nosotros es consecuencia de ser criaturas y del pecado, para él en cambio es una «entrega» (Gal 2,20; Ef 5,2), un «darse a sí mismo» por nuestra salvación (cfr. Jn 19,30). Para que no se pierda ninguno de los que el Padre le ha confiado y lo resucite en el último día (cfr. Jn 6,39).

En esta perspectiva, la Iglesia nos invita a rezar por los difuntos. En cada celebración de la Misa, la Iglesia invoca el perdón divino: «Acuérdate también de nuestros hermanos que se durmieron con la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro»[4]. A partir del siglo X, la oración se eleva el día después de la fiesta de Todos los Santos: en la celebración solemne, el sacerdote recuerda, además de aquellos por quienes se ofrece la misa, a todos los difuntos cuya fe ha conocido el Señor. De este modo, se nos invita a rezar por nuestros seres queridos y por aquellos en los que nadie piensa ni reza.

El Nuevo Testamento afirma que el encuentro con Dios implica un juicio final sobre la persona y sobre la historia, donde el juez es Jesús y la norma del juicio es la relación personal con Él. En la parábola del juicio del Evangelio de Mateo, el Señor declara: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). Se trata de los hambrientos, los sedientos, los excluidos, los enfermos, los encarcelados, los necesitados de ayuda: cada «hermano pequeño» representa el rostro del Señor.

En la celebración de la Misa y en el «Ave María» pedimos que la hora de nuestra muerte nos encuentre en condiciones de recibir el perdón divino y de acoger el amor de Aquel que se hizo hombre para salvarnos y murió y resucitó por nosotros. La última palabra de la vida, y de nuestra historia, no es, pues, la muerte, sino una existencia nueva, como resucitados, en comunión con el Señor Jesús.